Me sacudo el polvo gris de las rodillas. Aparece el primer signo de inflamación, pero procuro no dar muestras de dolor, bastante vergüenza ha supuesto que todos los que se congregaban en aquel momento esperando que el semáforo se pusiera en verde, giraran inmediatamente sus cabezas al oír cómo mi bolso caía al suelo, y yo detrás.
Me incorporo en un santiamén y hago ver que no ha pasado nada. Se ha levantado aire. Subo las solapas de la gabardina y noto que voy algo coja. Me escuece la herida. Empiezan a caer las primeras gotas y acelero el paso. No quiero mojarme. Unos niños se cruzan conmigo y noto cómo sus miradas se dirigen a mis rodillas. Llevo sangre. Ostias, llevo sangre, y creo que me estoy mareando. Suena el móvil y es María, advirtiéndome que llego diez minutos tarde. Cuelgo y hago ademán de correr, dando pequeños saltitos. Tengo la boca seca y no sé correr. Parezco tonta. Llego al trabajo mojada, sudada, sedienta, aturdida y ensangrentada.
-Por dios, Aurora, ve al lavabo y adecéntate un poco... no sé que te ocurre pero debes cambiar esta actitud... -me dice la jefa-
Me echo alcohol en las rodillas, y estoy tentada de de darle un trago al frasquito de plástico....
. . . . . . .
Por la noche la encontraron, tendida en el suelo, desangrada por las rodillas y con una nota en la mano que decía: "me guiñó un ojo"