Dejó que su vida se hiciera aburrida. Podía haber sido otra persona. Podía haberse tatuado una estrella en el codo.
Pero no ocurrió.
Bocadillos de tristeza con salsa de angustia.
Vivir en ese irse marchando.
Entoncés ocurrió.
Mientras lavaba la lechuga. Algo coagulado pero a la vez ligero se movía en su interior, subía desde lo pies. Era el placer de sentirse viva. El cuerpo ofreciéndole un anexo de su mejor.
Y lo aceptó.